Si es posible salvar una vida, tenemos la obligación de hacerlo. Los avances científicos han permitido curar enfermedades que hasta hace poco conducían a la muerte o a una vida llena de penurias. La mala noticia es que no todo el mundo tiene la posibilidad de acceder a los medicamentos que podrían hacerles vivir más y mejor.
Hablamos, por supuesto, del Tercer Mundo, donde la gran mayoría de la población no está en condiciones de pagar los precios que fijan las farmacéuticas ni sus Estados tienen la capacidad de adquirir y distribuir los medicamentos. Pero también hablamos de Europa, incluso de España, donde cientos de miles de afectados por la Hepatitis C -por poner un ejemplo conocido- esperan a que el Sistema Nacional de Salud se haga cargo de la cura de su enfermedad, ya que los precios al margen de la sanidad pública son prohibitivos para casi todos los bolsillos.
Pocas cosas tienen tanta capacidad para cambiar el mundo como las vacunas. Se ha avanzado mucho, sin duda, gracias a la cooperación internacional, pero sigue habiendo 18 millones de niños que no reciben las vacunas básicas. Entre ellos, algunos contraerán las enfermedades y sufrirán las secuelas, si es que sobreviven.
Una vez más, me refiero al Tercer Mundo, pero no sólo. Dentro de la Unión Europea, en Rumanía, el 40% de los casos de mortalidad infantil se deben a la neumonía, contra la cual existe una vacuna que ya se administra en el resto de la Unión. Por desgracia, un sistema farmacéutico disfuncional hace que a países de ingresos medios les resulte muy complicado comprar las dosis necesarias.
Aunque no haya una comisión específica, la causa del acceso universal a medicamentos merece todo mi compromiso. Procuro dar voz a los afectados, hacer visibles sus casos y contribuir a las reformas que garanticen que todo el que necesite una medicina pueda acceder a ella.