Los ojos de Setara: la luz de Herat

28 Jul Los ojos de Setara: la luz de Herat

“Esta clase de certeza se presenta sólo una vez en la vida”, decía el fotógrafo Robert Kincaid a Francesca en Los puentes de Madison. Por mi experiencia sé que en realidad pueden darse varias veces, pero lo cierto es que el pasado 11 de julio tuve una de esas certezas incontestables que te remueven y te llevan sin atisbo de duda en una dirección.

Ese día conocí por los medios que un avión fletado para realizar el relevo del contingente español en Herat traía a España desde Afganistán a S.H., una muchacha afgana de 23 años a la que su marido de 51 había rebanado los labios, la nariz y las orejas seis meses atrás, porque no quiso darle su dinero para que él pudiera comprar droga. La casaron con él a los 9 años, y a los 11 tuvo a la primera de sus cuatro hijas, que mantiene gracias a la ayuda humanitaria. Antes ya había tenido que ser intervenida en Turquía, y ahora nuestro ejército la traía a Madrid para continuar durante un mes el tratamiento de cirugía plástica en el Hospital Gómez Ulla.

Cubierta totalmente con un ropaje negro, cargando una mochila, en esa primera imagen solo pude ver de ella sus ojos…

Setara sale de Herat

Nueve días después, la crónica de Paco Rego en El Mundo me mostró el nombre completo y el rostro desfigurado de Setara, y algunos detalles más de su historia desgarradora. Reconocí aquellos ojos. Leí que acababa de ser intervenida por primera vez ese jueves y el optimista pronóstico quirúrgico del doctor Espejo y su equipo. Y supe que junto a ella se encontraba Shapiry Hakami, una mujer admirable al frente de la Asociación por los Derechos Humanos de la Mujeres de Afganistán en España.

Me sentí tan conmovida que no paré hasta encontrar la manera de llegar a Setara. Era bastante complicado porque, por seguridad, el hospital no da ninguna información. Gracias a un buen amigo periodista localicé a Paco Rego, y a través de él pude contactar con Shapiry. Y este mismo lunes pude ir con ella a visitarla por primera vez al hospital.

Esta semana varios medios se han hecho eco de su historia, y la han narrado con desigual fortuna, algunas inexactitudes y ciertas concesiones a la especulación informativa. A mí me gustaría poder transmitirles aquí lo que yo sé de Setara.

Sé que su nombre significa estrella. Y lo es: vivaz, menuda, luminosa, coqueta bajo su inseparable pañuelo de color butano del que asoman unos mechones negrísimos. Muy joven bajo las heridas, la prótesis nasal, la tumefacción y el terrible amasijo de puntos y cicatrices. No sabe leer ni escribir y solo habla parsi, pero tiene una inteligencia deslumbrante. Es pura energía e ingenio.

A Setara la comprometieron (la vendieron) a los siete años y la casaron a los nueve con Azim, el animal que la mutiló premeditada y salvajemente porque no quiso darle los 200 afganís que ganaba lavando ropa para que él pudiera comprar droga. La arrastró a una habitación, le golpeó en la cabeza repetidas veces con una piedra, la sentó en sus rodillas sujetándole los brazos, y con un cuchillo de cocina le cortó la nariz, los labios las orejas y le marcó el pecho de lado a lado. La dejó desangrándose y huyó.

Cuando tenía once años, Setara tuvo a su primera hija, que ya ha cumplido doce. La niña fue quien le salvó la vida, porque buscó ayuda en medio de aquella noche del 13 de diciembre en que los gritos de su madre rompieron el cielo de Herat. Ahora, junto a sus tres hermanas de nueve, cuatro y dos años, está en una institución pública al cuidado del Gobierno afgano.

La tarde en que Shapiry nos presentó, la inicial reserva de Setara duró pocos minutos. Pronto quiso enseñarme su foto para que viera cómo era antes. Una foto que se pegó al pecho antes de entrar al quirófano para que todos supieran cómo quería volver a ser. Una muchacha redondita de rostro inmaculado que aparenta mucha más edad que ahora. Y ahí estaban esos inconfundibles ojos negros, ligeramente rasgados, que yo ya conocía… Habían pasado cuatro días desde la primera intervención de cirugía facial y ya estaba mejor, aunque con terribles dolores. Hasta ese día apenas podía hablar.

Cuando le pregunté por sus hijas, se levantó como un rayo de la cama para rebuscar en su armario, hasta encontrar el pasaporte donde están las fotos de las niñas. Se lamentaba de no haber podido hablar aún con ellas.  Y no tardó en mostrarme divertida las uñas de sus pequeñas manos y pies, que una de sus entrañables compañeras de planta le había pintado de rojo vivo. Es difícil describir la compasión, la piedad y la ternura que despierta en todo el mundo esta niña-madre mutilada. El personal y muchas de las pacientes se desviven por ella. No puedo resistirme a mencionar a Micaela: un verdadero ángel de dulzura y simpatía, una superviviente como Setara que la comprende como nadie. Tiene la cabeza y los brazos destrozados por su marido, que fue a buscarla cuando estaba sola en el trabajo e intentó matarla a martillazos… Pero ella no deja de sonreír.

Setara solo piensa en volver con sus hijas, pues sigue confiando en que su Gobierno las protegerá de su marido y cuidará de ellas, aunque no deja de recordar que, antes de destrozarla, el narcotraficante Azim mató a cuatro personas y no ha pagado por ello. Aún no se da cuenta de que su marido es su dueño, y de que la orden de busca y captura es papel mojado. Sus dos hijas mayores están en la edad perfecta para ser vendidas a muy buen precio, y a su padre ese botín no se le puede escapar…

Pero ella necesita tiempo para el largo proceso de intervenciones que aún le espera, para recuperarse y para pensar con calma sobre su vida y su futuro. Aún no es momento para nuestro calculado razonamiento de occidentales. Si finalmente decide pedir asilo y traer a sus hijas con ella a España, buscaremos la manera de ayudarla. Eso es seguro.

Entretanto, lo importante es lo cotidiano: ayer conseguimos localizar juntas a través de su hermano el número de la mujer que cuida a sus hijas. La llamé, le pasé el teléfono y Setara pudo, por fin, hablar con las niñas y asegurarse de que estaban bien.

Lo importante. Estar con ella, enseñarle a leer, llevarle alguna cosa, acompañarla a pasear por los pasillos… O pintarle las uñas.

Del blog de Beatriz Becerra

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