V de Verdad: Virxilio Viéitez o la vida (re)velada

21 Abr V de Verdad: Virxilio Viéitez o la vida (re)velada

Asomarse a vidas ajenas, sobre todo si son anónimas y pasadas, suele resultar inquietante. Unas veces perturba, otras conmueve. Casi todas agita de un modo u otro, porque significa permitir que algo extraño y a la vez conocido (o, al menos, reconocible por humano) entre en ti.

Poco puedo contar sobre Virxilio, ese hombre pulcro, serio, meticuloso, pues sus propias palabras lo cuentan todo. Poco sobre el pundonor riguroso de un fotógrafo que se consideró siempre a sí mismo como el farmacéutico o el cura del pueblo. Un roble nudoso, descreído y pertinaz, organizado y trabajador, un artista esencial casi desconocido hasta que (de nuevo) vinieron de fuera para entender la magnitud de su obra.

Y es que esta exposición, además de extraordinaria desde el punto de vista artístico, social, histórico, antropológico incluso, es una experiencia obligatoria. Un espectáculo para la vista y la memoria nostálgica de lo no vivido.

Por eso quiero compartir aquí justamente eso: mis impresiones. Casi fotográficas. A vuela pluma sobre un papel improvisado. Vano intento de capturar el instante, pero intento al fin y al cabLa seriedad prematura, solemne, escultórica: ceño, arrugas, ceño, rictus, ceño, mirada fija-inquisitiva -recelosa-abandonada.

El pelo como marco, pincel o trazo: entrecejos y cejas salvajes, inocentes bigotes femeninos. Cortes a navaja y al trasquilón con orejas despegadas, flequillos mínimos como un tajo a media frente… algún tirabuzón al desgaire, tupés, cardados y despeinados, el melenón por delante y por detrás para dar fe del logro a los parientes.

Niños con labio leporino junto a un padre tuerto, amenazantes con escopeta, demudados en un sillón de eskay verde. Con traje de domingo blanco y zapatos sucios con muñecas-clones. Angelitas y almirantes de Primera Comunión que amedrentan. Niños con ropa contrahecha (pantalones y faldas cortísimos pero de tiro largo, cuellos a caja, mangas generosas), jerséis de lana agujereados y trajes de domingo relucientes con zapatos sucios, una ilusión de cuerpos con cabezas y manos desproporcionadas. Un bebé muerto en un féretro abierto, cubierto de plumas, rodeado de niños pensativos.

Novias que espantan o enternecen: sobre un alero casi precipicio, o con gafas azules duplicada en el espejo del tocador recién estrenado, o a pares como gemelas, o con los regalos desplegados y los sobres llenos de prometedores billetes verdes tapizando la pared.

Minirrelojes de pulsera y medallas al pecho en serie. Los lobos cazados. Tristura o resignación en la carnicería en torno a la balanza Regia. La supermana exultante.

En la pradera, de picnic o romería, sonrientes unánimes. De excursión, de feria. Con el circo, en la nieve. De copeo en los sesenta. Con el avión Pan American transoceánico. Ellos y ellas, muy sexies junto al hórreo o con la yunta, con un cigarro recostado, con barcas de pesca o en el Seat 124.

Los haigas. La pose de revista en medio de la carretera sin asfaltar que cruza el pueblo, con bolso, guantes, gafas de maniquí. El color de Pirelli como incógnito Hopper.

Los muertos acompañados, en casa o junto al hoyo doliente, al aire, de cara, el cuerpo presente. El ataúd como trofeo; los bueyes, el perro, la cabra, como familia.

Vayan a verla, a experimentarla. Y terminen la visita disfrutando del documental para que Viéitez, pura verdad, les hable.