05 Jun La libertad envilecida
Este texto -que forma parte de la introducción de mi libro Eres liberal y no lo sabes (Deusto, 2018) -está de plena actualidad ante el uso que partidos políticos nacionalpopulistas hacen del término libertad.
La palabra libertad, origen y sentido del liberalismo, está rebajada. Tanto que se la han quedado a precio de saldo los más indigentes y reaccionarios líderes políticos y sociales europeos. Marine Le Pen no dejó de hablar de «liberté» durante toda la campaña electoral francesa de 2017. Tampoco al holandés Geert Wilders, cuya formación se llama, precisamente, Partido de la Libertad. El Brexit se alcanzó al grito de libertad, además de en medio del mayor vertido de mentiras jamás visto hasta que llegó el intento secesionista catalán. Ellos, los secesionistas, ansían tanto la libertad que olvidan la de los demás. Su derecho a decidir era en realidad su derecho a que no decidiéramos todos. Cuando piden «libertad para los presos políticos», en una democracia avanzada como España, donde tal cosa no puede existir, es obvio que donde dicen «libertad» deberían decir «impunidad».
Lo más paradójico es que las primeras medidas que prometen los nacionalistas y populistas son golpes contra la libertad. Quieren recuperar las fronteras nacionales, limitando así la libertad de movimiento que trajo consigo la construcción europea. Wilders quería prohibir el Corán, reduciendo la libertad religiosa. Theresa May, primera ministra del Reino Unido, amenazaba con retirar derechos y libertades a los europeos residentes en su país antes de que la realidad de la negociación la pusiera en su sitio. Puigdemont, Junqueras y los demás anularon la libertad y los derechos de los diputados de la oposición en el Parlamento autonómico para poder aprobar sus ilegales leyes golpistas.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo se ha devaluado tanto la palabra que encabeza el lema de la Revolución Francesa? ¿Cómo es posible que ahora sea malversada por los nuevos (y no tan nuevos) autoritarios? Antaño, la extrema derecha defendía el orden, la jerarquía, la tradición, pero no la libertad, algo que rechazaban. Un día, comenzó a advertir que no había que confundir la libertad con el libertinaje: a ellos no les gustaba ni la primera ni el segundo, pero ya estaban transigiendo, o eso creíamos. El hecho de que ahora los reaccionarios se erijan en libertadores no los convierte en progresistas, sino que muestra su rearme. A falta de ideas nuevas, han encontrado fórmulas para que cuelen las viejas que ya fracasaron.
Hoy en día, una moneda se devalúa cuando hay demasiada en circulación. ¿Es esto lo que ha ocurrido con la palabra libertad? ¿La hemos usado tanto que ya no significa nada? Yo diría que no. De hecho, la izquierda ha dejado prácticamente de usarla. El mantra socialdemócrata de las últimas décadas ha sido la igualdad. Podemos o Izquierda Unida en España y Syriza en Grecia prefirieron en su momento hablar de soberanía para pedir, en el fondo, lo mismo que sus gemelos populistas de derechas: el fin de la Unión Europea tal y como la conocemos
No, yo más bien tiendo a pensar que la libertad se ha devaluado por envilecimiento, el método por el que los soberanos adulteraban las monedas mezclando los metales preciosos con otros de menos valor. Creo que hemos envilecido la idea de libertad limitándola, en los últimos tiempos, a la fiscalidad y al consumo. Para un cierto liberalismo, la libertad se limita a pagar menos impuestos para hacer lo que queramos con nuestro dinero. Muchos de estos autodenominados liberales defienden posiciones muy conservadoras en materia de igualdad efectiva de derechos, desde los relacionados con la salud sexual y reproductiva como los que tienen que ver con la brecha salarial entre hombres y mujeres o con el matrimonio entre personas del mismo sexo. Esta idea de libertad, tan pedestre que ignora la desigualdad de oportunidades, resulta, a mi juicio, casi banal.
Aunque, sin duda, la peor parte del envilecimiento ha consistido en privar a la libertad de su metal más valioso: la responsabilidad. Cuando esto se ha producido, es cuando se han subido al carro los populistas. La libertad que ellos prometen no tiene coste, es un tesoro encontrado o (según su relato) recuperado de quienes lo robaron. Una vez devuelta al pueblo, éste verá colmadas sus ansias y todos sus problemas quedarán resueltos. Naturalmente, esto no es libertad, sino ingenua omnipotencia: la aspiración de cualquier niño. Si educar es, principalmente, enseñar la responsabilidad (hacerse cargo de las consecuencias de los propios actos), el populismo aspira a gobernar sobre un pueblo-niño. Es decir: un pueblo-esclavo.
Dicho de otro modo, la moneda de la libertad ha perdido tanto valor que se ha transformado en una falsa moneda. Una farsa monea populista igualita que la que cantaba Imperio Argentina: «que de mano en mano va y ninguno se la quea». Que circula de mano en mano engañando a muchos de los que la contemplan. De lo que se trata ahora es de poner en circulación otra que sí aporte riqueza política. La libertad tiene que ser una aspiración vibrante, elevada. Pero no tiene que ser una promesa de omnipotencia, sino un compromiso de responsabilidad. Tiene que ampliar nuestras posibilidades y hacernos más conscientes de nuestros deberes.
Debemos empezar por lo obvio: quien quiere levantar fronteras y muros, quien desea imponer aranceles y restringir los movimientos dentro de Europa, no favorece la libertad: la reduce. Continuemos por lo que es menos obvio: ampliar la comunidad política, trasladar competencias de un ministerio a la Comisión Europea, no nos hace menos libres, al contrario. Europa tiene una capacidad y un potencial de influencia de los que carecen los Estados miembros. La Unión Europea está en mejor disposición para afrontar los desafíos actuales y los futuros, y, por tanto, para ampliar la libertad de sus ciudadanos, al tiempo que los responsabiliza de las decisiones que se tomen.
Yo creo que los liberales tenemos mucho que decir. En realidad, somos los que más, por definición y por obligación. No deberíamos dejar que se nos cayera la libertad de la boca ni de nuestros actos ni un minuto. Por supuesto, los liberales seguiremos rechazando las trabas burocráticas y la intervención excesiva del Estado en los asuntos privados. Por supuesto, seguiremos defendiendo sin cuartel las libertades civiles. Pero, sobre todo, nos deberemos esforzar en garantizar la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, y lograr así que las nuevas generaciones miren al futuro con optimismo. Porque, para mí, la igualdad de oportunidades es la verdadera libertad. Sólo somos verdaderamente libres cuando nos sentimos dueños de nuestras vidas. Y lo somos realmente cuando somos conscientes de nuestros deberes. Al fin y al cabo, la Unión Europea es, en esencia, un gran espacio de libertad, de libertades compartidas.
Para mí es evidente que la libertad se defiende en común. De hecho, sólo es posible en comunidad: al náufrago en una isla desierta nadie le dice lo que tiene que hacer, pero sólo es libre de subirse o no a la palmera a observar desde allí el horizonte. Por eso creo que debemos enfrentar sin complejos a los nacionalistas y populistas que quieren aislar a sus naciones del resto en nombre de la libertad. Hay que desenmascararlos por dos razones: porque mienten y porque lo hacen por interés propio. Y yo apuesto por desenmascararlos recordando una y otra vez, sin cansarnos, que es Europa la que nos ha hecho más libres, la que nos ha dado nuevos horizontes.
Combatamos con talante liberal el exceso de burocracia, pero no aceptemos la simpleza de comparar la Unión con poco menos que el imperio galáctico de Star Wars. Al contrario, Europa es la República antes de que el Lado Oscuro se hiciera con el poder. ¿Cómo van a traernos la libertad unos tipos que lo que quieren es acaparar más poder, intervenir más, silenciar a sus adversarios?
Hablemos de reformas y de propuestas, pero sin olvidar que a los humanos nos moviliza la emoción, y nada más emocionante que una buena aventura. Volvamos a explicar Europa como una aventura compartida por la libertad. La Unión es mucho más que un entramado jurídico inextricable, es un hermoso proyecto político, un faro para los que no olvidan ni un minuto el valor de la libertad, precisamente porque les falta. Europa es, somos, inspiración y referencia para muchos disidentes democráticos en dictaduras, desde América Latina hasta el Extremo Oriente.
Porque resulta que la democracia liberal, en su esencia misma, está gravemente amenazada, y ni sabíamos que lo estaba. En realidad, ni siquiera sabíamos que lo era. Liberal, me refiero. Era la democracia y punto.