26 Feb El catalán y la maldición de Babel
Artículo publicado en El Confidencial el 26/02/2018
Según las Escrituras, Dios ha encontrado formas muy refinadas de castigar a los humanos por exceso de ambición: la primera fue obligarnos a trabajar (y a sudar). En otra ocasión nos hizo hablar lenguas diferentes por haber puesto en marcha un proyecto inmobiliario sin licencia: la Torre de Babel. Con el tiempo, algunos trataron de llevar la contraria al Antiguo Testamento y cantaron las bondades tanto del trabajo como de la multiplicidad de idiomas. En lo primero tuvieron un éxito modesto; en lo segundo, mucho más contundente.
Desde el Romanticismo, vemos las lenguas como un signo de identidad y como un elemento de riqueza. Los vinculamos a formas concretas de ver el mundo, a expresiones culturales, a idiosincrasias nacionales. Es una visión matizable: la ciencia ha demostrado que hay muchos más elementos comunes entre culturas de los que podría parecer si nos quedáramos en lo superficial. En todo caso, el apego a la propia lengua es algo muy extendido, tal vez porque nos aporta seguridad, certidumbre, la impresión de estar en casa.