09 Mar Nosotros no votamos «brexit»

Artículo publicado en EurActiv el 8/03/2017

Los europeos no votamos «brexit». Si queremos que la Unión Europea siga siendo un espacio de colaboración en el que todos ganamos, debemos mostrar firmeza en las negociaciones y no ceder a la tentación de vender nuestros principios por un puñado de libras, subraya la eurodiputada española del grupo liberal (ALDE) y Vicepresidenta de la Subcomisión de Derechos Humanos en la Eurocámara, Beatriz Becerra, en  una tribuna exclusiva para EuroEFE.

Hay quien entiende la política como la búsqueda de pactos que permitan a todas las partes implicadas obtener alguna ganancia. Y hay quien la entiende como un juego de suma cero, en el que si alguien gana es porque otro (u otros) pierden.

Las relaciones entre los países europeos desde la II Guerra Mundial se han basado en la idea colaborativa de la política, cuya principal manifestación son los tratados que han configurado la actual Unión Europea, comenzando con el de París (1951) y el de Roma (1957).

Durante estas décadas pocos se atrevieron a cuestionar la superioridad de esta perspectiva: el proyecto europeo fue creciendo y la Unión era el club al que todos querían pertenecer. Hasta que llegó el brexit.

Aunque la campaña en contra de la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea alcanzó cotas de cinismo pocas veces coronadas, no nos consta que ningún líder «brexiteer» se atreviera a sugerir que la salida de su país beneficiara de algún modo al resto de europeos.

Al contrario, el mensaje, en su concepción más simple, decía: permaneciendo en la Unión los británicos salimos perdiendo mientras otros se benefician. Si rompemos, ellos saldrán perdiendo y nosotros ganando. Como ejemplo de la fórmula se llegó a decir que unos 430 millones de euros semanales dejarían de ir al presupuesto de la UE y se destinarían a la sanidad pública británica.

Aunque los propios promotores del brexit se desmintieron en los días posteriores al referéndum, estas cuentas ilustran bien la idea de la política como juego de suma cero: 430 millones menos para la UE, 430 millones más para nuestros hospitales.

Lo peor que tiene esta concepción de la política es el alto riesgo de que termine convirtiéndose en una profecía autorrealizada.

Previsiblemente, pasarán dos años antes de que Reino Unido deje de ser a todos los efectos estado miembro de la UE.

Sin embargo, desde el momento en que se conoció el resultado de la consulta algo se rompió. Aunque formalmente siga habiendo 28 países en la Unión, la inminente negociación impone su lógica: hay dos partes donde antes había un todo. Y ambas tendrán que pensar en su futuro, que ya no será compartido.

Muchos gobiernos calculan ya lo que sus países pueden salir ganando con la marcha de Reino Unido.

Existe un cierto y comprensible malestar entre la ciudadanía; al fin y al cabo una mayoría (por exigua que haya sido) de británicos han dicho al resto de europeos: no queremos seguir con vosotros. Todo conspira en contra de la concepción colaborativa y a favor de la suma cero.

¿Cómo debemos afrontar el largo y difícil trance del «brexit» quienes estamos comprometidos con la construcción europea y creemos en la política como cooperación?

En mi opinión, el objetivo a largo plazo no puede ser otro que mantener unas relaciones cordiales y fluidas con el Reino Unido, lo que beneficiaría a todos.

Sin embargo, a corto plazo, lo principal es proteger la integridad de la Unión, sus valores y su futuro, evitar que otros líderes nacional-populistas impulsen nuevos procesos de salida.

Debe quedar claro que o se está en la Unión o no se está, y que no será posible mantener las ventajas evitando los inconvenientes y los compromisos.

Los europeos no convocaron el triste referéndum del 23 de junio. Los europeos no votamos «brexit». Si queremos que la Unión Europea siga siendo un espacio de colaboración en el que todos ganamos, debemos mostrar firmeza en las negociaciones y no ceder a la tentación de vender nuestros principios por un puñado de libras.

Tengamos presente que, aunque el resultado de este proceso no puede beneficiar a nadie, Londres está en una posición claramente más débil: no serán los países miembros de la UE los que quedarán fuera de decenas de tratados y acuerdos internacionales el día que entre en vigor la salida.

En estas condiciones, resulta asombroso que el gobierno de Theresa May se permita tratar a los ciudadanos europeos como poco menos que rehenes, amenazando con limitar sus libertades y derechos sin haber siquiera activado el artículo 50.

Una vez más, si la Unión se ve obligada a aplicar la reciprocidad, nadie podrá decir que fuimos nosotros quienes empezamos.

Es muy triste expresarse en estos términos sobre las relaciones con un país tan querido y admirado.

El brexit es ya un fracaso, hagamos lo que hagamos. Un fracaso de la política como cooperación, del multilateralismo, del europeísmo. Se trata ahora de evitar que este fracaso sea la semilla de uno de mayores proporciones.

Hasta hace poco, votar populista era para muchos un gratuito acto de protesta. Bien, pues ganó el «brexit» en el Reino Unido como ganó Donald Trump en Estados Unidos.

Tenemos la obligación de mostrar a todo el mundo que nada sale gratis, y que el llamado voto de castigo termina castigando, antes que a nadie, a quien lo emite.

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