26 Oct Más Sájarov, por favor

Artículo publicado en El País el 26/10/2016

Cuando los Estados miembros firmaron el Tratado de la Unión Europea, establecieron en primer lugar qué querían ser: una Unión con competencias para alcanzar objetivos comunes. E inmediatamente definieron los valores comunes en que se fundamentaba esa Unión: respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías, así como su finalidad: promover esos valores, la paz y el bienestar de sus pueblos, comprometiéndose en sus relaciones con el resto del mundo a contribuir a la protección de los derechos humanos.

Muchos (o bien pocos) años después, esta Unión Europea, madurada, expandida y golpeada, ve cuestionados no sólo sus propósitos, sino su misma existencia. Y, sin embargo, ¿acaso ha sido alguna vez más necesario que ahora mismo defender los valores y finalidad que la vertebran? En un mundo global en que los conflictos violentos se multiplican y cronifican, en que la seguridad, la paz, el desarrollo y el progreso se ven atacados por las mismas organizaciones terroristas, en que los pilares mismos de la democracia se ven amenazados desde Venezuela hasta Ucrania, en que las pulsiones por llevarnos de vuelta a la Edad Media no son patrimonio de Arabia Saudí o Irán, sino que inspiran a gobiernos europeos como el de Polonia, en que la xenofobia nacionalista retrógrada hermana a los que dirigen o pretenden dirigir los destinos de Reino Unido, Estados Unidos, Hungría o Francia… ¿puede haber algo más indiscutiblemente esencial que enrocarnos con tanta pasión como determinación en la defensa de la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de Derecho y el respeto a los derechos humanos?

Yo creo que no. Primero, porque si uno renuncia a sus valores, desiste de lo que considera justo, que es lo que le da razón de ser, con lo cual está acabado. Y segundo, porque nuestra auténtica ventaja competitiva, lo que nos hace únicos y condenadamente eficaces desde el punto de vista más pragmático y operativo que existe, es precisamente la defensa de esos valores. Y, en su corazón, la de los derechos humanos: universales, indivisibles e irrenunciables.

Ver artículo completo aquí

Guardar

Guardar

Guardar