“La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices”

23 Abr “La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices”

 

Esta frase, atribuida a Albert Einstein, describe muy bien, a mi juicio, el momento de complacencia catatónica en el que nos encontramos. Un tiempo en el que las palabras han perdido en buena parte su significado profundo.

El jueves pasado, un grupo de chicos entre 10 y 12 años acudió al Congreso de los Diputados para entregarles en mano un ejemplar de la Agenda de Infancia 2012-2015 de la ONG Save the Children. Una agenda con propuestas y exigencias concretas a sus representantes políticos que garanticen en esta legislatura los derechos de los niños en España. Solo 60 de los 350 diputados acudieron a recogerla. Alfonso Alonso, el portavoz del partido que gobierna España con mayoría absoluta, despachó la cuestión justificando los ajustes (que no recortes) del Gobierno como imprescindibles para que los niños se encuentren en unos años (no concreta cuántos) con “una España alegre, sin crisis y donde ellos tengan oportunidades de verdad”...

Lo cierto es que los niños son los principales afectados por una crisis de la que no son responsables. Afirman con razón los responsables de Save the Children que “es fundamental incluir a la infancia en el debate social y en la agenda política”, y abordar de inmediato las cinco grandes asignaturas pendientes:

1. Apoyar a las familias, bien con ayudas económicas o favoreciendo la conciliación laboral y promoviendo la “parentalidad positiva”, es decir educar sin pegar. En la actualidad, más del 24% de los niños en España están en riesgo de pobreza. La pobreza infantil crece en España de manera alarmante, con un previsible repunte del maltrato infantil.

2. Proteger a los niños contra la violencia, el abuso y la explotación: se estima que en España alrededor del 20 % de las niñas y el 15 % de los niños sufre algún tipo de abuso sexual antes de cumplir los 17 años. Hace falta una legislación específica que aborde de una vez por todas la violencia contra la infancia en diferentes ámbitos.

3. Asegurar una educación pública de calidad y en valores: el porcentaje de abandono escolar en España se sitúa en el 31,2 %, más del doble de la media europea.

4. Promover la participación infantil y el derecho a ser escuchado: el 83 % de los niños en España no sabría cómo pedir ayuda en caso de que sus derechos sean vulnerados.

5. Garantizar que la infancia sea una prioridad de la cooperación para el desarrollo: casi 8 millones de niños mueren cada año en el mundo antes de su quinto cumpleaños por causas prevenibles o curables.

Los niños no son felices por el mero hecho de ser niños. No obstante, nos hemos inventado la idea romántica de que los niños no se enteran del dolor del mundo. No podemos ni queremos aceptar que puedan sufrir de forma inimaginable, a pesar de que la realidad nos demuestra lo contrario. El adulto infeliz puede prever y abordar con su experiencia la desesperanza ante el futuro. El niño sólo cuenta con la inseguridad que le proporciona la inexperiencia ante lo desconocido por venir. Si su presente es desdichado, sólo puede imaginar que siga así hasta quién sabe cuándo, quizá para siempre, y esto le resulta insoportable.

La infancia es un concepto que surge hace poco más de un siglo. Antes, los niños no eran más que adultos por crecer. En el siglo XIX, los poderes públicos empezaron a pensar en los niños como personas vulnerables, y no como adultos pequeños prestando servicios a sus padres. No fue hasta el siglo XX cuando economistas y militares se dieron cuenta de que la prosperidad y la seguridad de la Nación dependían de que los ciudadanos jóvenes estuvieran sanos. Así comenzó la escolaridad gratuita y obligatoria.

A lo largo de todo el siglo pasado, hemos asistido a una verdadera “apoteosis” de la infancia: el reconocimiento de sus Derechos Universales, los programas de protección y defensa, la búsqueda de las máximas oportunidades de bienestar para su desarrollo. Y, a la vez, hemos ido prolongando la duración de esa etapa hasta edades que hace apenas un siglo corresponderían a un adulto. A este proceso le ha acompañado, cómo no, la creación de un mito: los niños, mientras lo son, viven en un estado de felicidad e irresponsabilidad absoluto, ajenos a la preocupación, la desdicha o la desesperanza, más allá de las menudencias cotidianas que resolverán desde su inconsciencia e imaginación, alejados de la cruda realidad, que a los adultos nos corresponde proteger.

El escenario afectivo en el que vivirán nuestros niños y niñas será dramáticamente más complejo que el nuestro. Al menos el 35% de los niños crecerán con padres separados y vivirán toda su vida mucho más solos: con menos hermanos, menos primos, tíos, hijos, sobrinos y nietos. Alrededor del 50% se separará de su primer matrimonio y el 30% vivirá su vejez sin una pareja. Un porcentaje significativo tomará medicamentos contra la depresión desde los 30 años.

Hoy, miles de escolares, al regresar del colegio, encuentran una casa vacía y nadie con quien hablar. Multitud de niños carecen de recursos, no tienen a ningún adulto a quien confiar sus problemas, desde las dificultades diarias hasta los abusos físicos. Y la Organización Mundial de la Salud asegura que el suicidio entre los 10 y los 19 años crece y crece, hasta convertirse en la segunda causa de muerte en ese grupo de edad.

¿Qué está pasando con nuestros niños?  ¿Qué induce a un escolar a quitarse la vida? ¿Qué motivos llevan a un chaval a saltar por la ventana, a atiborrarse de pastillas o a colgarse de una viga? Y, sobre todo, ¿qué podemos hacer para prevenirlo?

En nuestro país, desde 2006 ya son más las personas que se suicidan que las que pierden la vida en accidentes de tráfico. De las más de 3.000 muertes por suicidio registradas oficialmente en 2010 en España, 31 fueron de menores. Sin embargo, destinamos ingentes inversiones a informar y prevenir los accidentes de tráfico con excelentes resultados, mientras que se silencia e ignora la realidad incómoda del suicidio, el último tabú de nuestros días. La experiencia de otros países demuestra que la prevención es factible y funciona.

Por eso, porque hay que poner nombre a los problemas, hacerlos visibles y trabajar para solucionarlos, porque hay que recuperar el significado de las palabras grandes (progreso, felicidad), he querido hacer mi pequeña contribución hablando de todo esto en una novela: “La estirpe de los niños infelices”.

En memoria de todos los niños infelices que un día decidieron pasar al otro lado.

 En homenaje a los que, amándolos, les sobrevivieron.

Os animo a acompañarme en este empeño.

Casa del Libro

Guardar

Guardar