El privilegio de ser parte

19 Sep El privilegio de ser parte

Este fin de semana, casi doscientas personas nos hemos reunido en Gijón para reflexionar y debatir sobre cosas importantes. Lo son porque nos afectan a todos, a cada recodo de nuestra vida diaria. Hemos estado hablando de política: del enraizamiento y las causas de la corrupción, de las disfunciones y desajustes de nuestras instituciones, del modelo de organización del estado en que vivimos, de cómo la cosa pública y la cosa privada se entrelazan y, demasiadas veces, se asfixian mutuamente.

¿Cómo imaginar que unas jornadas sobre administraciones públicas puedan ser apasionantes? Inaudito, pero sí. La Fundación Progreso y Democracia ha conseguido reunir allí a un buen puñado de ciudadanos venidos de distintos rincones, tan preocupados por lo que ocurre como arremangados y dispuestos a cambiarlo. Iluminados por mentes brillantes que han compartido generosamente sus conocimientos. Disfrutando también del regalo del sol y la comida y la risa. Protagonizando en vivo algo parecido a un largo alumbramiento común, con los mismos miedos y dolores de una primeriza que, no obstante, tiene la certidumbre absoluta de que son necesarios.

No puedo dejar de pedirles que se asomen, con un poco de tiempo y apetito, al blog que ha seguido, minuto a minuto, el desarrollo de estas Jornadas. Merece la pena.

http://jornadasgijon2010.wordpress.com/

Déjenme que, para terminar, les recuerde una historia que probablemente conozcan.

Un caminante se detuvo un día junto a una cantera donde tres hombres trabajaban concentrados bajo el sol.

– ¿Qué hace?, le preguntó al primero.

-¿Acaso no lo ve?, le respondió, sudoroso y ceñudo. Picar piedra.

Se acercó al segundo y le repitió la pregunta. El hombre, sin levantar la vista, gruñó un poco.

– Estoy tallando un peldaño, no moleste. Es una labor delicada, y yo soy el único que sabe hacerlo.

Finalmente, se detuvo junto al tercer obrero, que golpeaba fuertemente una piedra con rostro alegre.

– ¿Qué hace? preguntó de nuevo el caminante.

El hombre levantó la vista, sonrió y, extendiendo las manos, le mostró su trabajo.

– Yo, señor, construyo una catedral.

Cada piedra es imprescindible. Cada aportación individual ha de ser la precisa. El proyecto común lo es todo. Y ser parte de él es, sin ninguna duda, un privilegio.