Útiles e inútiles

Útiles o no útiles

29 Ago Útiles e inútiles

El primer mandamiento de todo político debería ser: «seré útil para los ciudadanos». Concretar cómo se resulta útil suele ser complejo: aunque no suela confesarse, todas las reformas, incluso aquellas sobre las que mayor consenso pueda haber, tienen sus riesgos y sus damnificados, por no hablar de las consecuencias imprevistas o de todo aquello a lo que hay que renunciar para sacar adelante una porción de lo que se considera óptimo. Esto es la política: una actividad para adultos capaces de gestionar su frustración, sentarse a hablar con adversarios y explicar que la realidad impone unas reglas que no podemos saltarnos.

 ¿Cómo de bueno es el acuerdo de investidura alcanzado entre PP y Ciudadanos? No faltarán analistas que lo despiecen, lo estudien a fondo, le busquen las vueltas, los matices y las erratas. No habrá un veredicto único. Lo que para unos será virtud, para otros será defecto, y viceversa. Al final, cada uno tendremos nuestro propio juicio, echaremos algunas cosas de menos y otras de más. Quién sabe, si se siguen repitiendo elecciones tal vez todos los españoles terminemos pasando por el trance de intentar formar gobierno, y podremos por fin dar a conocer nuestro decálogo por la regeneración, nuestras cincuenta medidas contra la desigualdad o las cien reformas que convertirán a España en la Dinamarca del Mediterráneo.

No pretendo decir que el contenido del acuerdo sea irrelevante. Lo que creo es que es un fruto de la política, uno de los pocos que llevarnos a la boca en los meses más estériles de nuestra democracia. Dos partidos se han sentado, han hablado y han salido con un pacto. El político que pretenda desacreditarlo deberá explicar por qué no se ha sentado a la mesa para aportar aquellas medidas que considera imprescindibles.  Por qué ha dejado pasar la hora de la política cuando la alternativa son las terceras elecciones en un año.

Y es que tal es la única alternativa que parece plantear el PSOE: nuevos comicios. Su proyecto político a día de hoy se ha visto reducido a evitar que votemos en Navidad. Los socialistas han pasado de sugerir que se abstendrían si el PP y Ciudadanos alcanzaban un acuerdo a la negativa más cerril, revestida, como no podía ser de otra manera, de una pátina de principios. «No podemos indultar a Rajoy», nos dicen tras dos elecciones en las que el PP ha ido al alza y el PSOE a la baja. Tal vez la táctica consista en llevar a España a cuantas elecciones sean necesarias hasta que sean los votantes los que indulten al presidente en funciones con una mayoría absoluta. Entonces Pedro Sánchez podría, tal vez, ver cumplido su anhelo: ser el líder de una oposición irrelevante.

España es como es y los españoles votan lo que votan. No tiene por qué gustarnos, pero el que sea incapaz de aceptarlo no debería hacer política. Sobran riscos en las redes sociales y en la televisión a los que encaramarse con las tablas de la Ley para arrojarlas sobre el pueblo idólatra. La política, sin embargo, se hace abajo, con la gente, en la realidad. Esta realidad se puede cambiar, pero hay que remangarse y asumir cierta frustración.

La situación política que vivimos tiene la ventaja de que, por una vez, no resulta difícil discernir qué significa ser útil para los españoles: el que facilite la formación de gobierno lo es. Confiemos en que, finalmente, el bloque de los útiles termine sumando los diputados suficientes como para evitar las terceras elecciones en un año, sorteando el riesgo de que los ciudadanos se harten y nos lancen a los políticos un doloroso mensaje abstencionista: sois todos unos inútiles.