Elogio y refutación de House: la paradoja del cretense

03 Jun Elogio y refutación de House: la paradoja del cretense

 

He compartido el fin de semana con doscientas personas que, mire usted por dónde, han hecho suya la elección que plantea una frase que, desde hace años, vertebra mi concepción del mundo y, cómo no, de la comunicación:

“Hay que escoger, en efecto, entre la retórica extraña a la ciencia y a la verdad, que se limita a hacer creer a la plebe ignorante que todo es bueno o malo, justo o injusto, bello o feo, según la necesidad del momento, un arte pérfido e inmoral… y la retórica que se inspira en la verdad, la propaga y persuade con ella. Éste es el punto decisivo”.

Esta poderosa sentencia de los “Diálogos” de Platón tiene un reverso, menos clásico aunque más amargamente filosófico, que me esfuerzo en recordarme a menudo, la perla campeona del Dr. House:

“Todo el mundo miente. La única variante es sobre qué”.

Hace casi tres años, escribí un artículo con el mismo título que encabeza este post. Me permito recuperarlo porque, al releerlo hoy, me ha conmovido su indoblegable actualidad.

En el fondo, resulta reconfortante comprobar que, además de las funciones fisiológicas esenciales, la mentira, grande o pequeña, es lo único que une de veras a la raza humana. Con más o menos frecuencia, de forma más o menos consciente o voluntaria, todos mienten. Todos mentimos. Y esto determina nuestra manera de estar en el mundo. Los compañeros de trabajo, los vecinos, el de la inmobiliaria o el carnicero, las tías lejanas, los amigos de la infancia también, todos mienten, todos mentimos, casi siempre para que la imagen que tenemos de nosotros mismos se ajuste a una idea externa que tampoco se corresponde con la pura realidad. De ese modo, las mentiras esculpen la versión aceptable de la cotidianeidad de cada cual. Nos sirven muchas veces para provocar en el otro esa sonrisa cómplice esperada (cómo te entiendo, qué te voy a decir yo, ya sabemos cómo son las cosas, yo también soy como tú) y así adecentar la pequeña vida real de cada cual, haciéndola más tolerable.

Hay mentiras activas: las que lanzas para protegerte a ti mismo o a aquellos a los que aprecias de algún modo. Las que cuentas para sobrevivir al aburrimiento, o para hacerte un poco más fácil el día a día. Las que sirven para barnizar o dar un cierto lustre a tus perfiles menos admirables. Las mentiras utilitarias, para conseguir un puesto o una ganga o una plaza de parking o de guardería, de las que incluso presumes como muestra de una innegable capacidad de negociación o embaucamiento. Las que disimulan tus imperfecciones, tus salidas de tono y tus bajezas, y preservan así tu imagen aclamada o simplemente aceptada por el común de los mortales que te cree conocer.

Y hay mentiras pasivas: las leves mentiras que te cuentan, las que descubres al vuelo o tras un poco de reflexión. O por casualidad. Según a qué categoría pertenezcan (según cuánto las comprendas por tu propia experiencia), te afectan más o menos. Te dan risa por burdas, te indignan un rato porque insultan tu inteligencia o hieren tu vanidad. También pueden dolerte en lo más hondo, porque revelan traiciones o imposturas en aquellos que considerabas incondicionales en tu lado de la vida.

Pero hay también otro tipo de mentiras. Las que se han entretejido de tal manera con tu propio ser que ya eres incapaz de identificarlas como tales. Las que forman parte de la ficción que has construido sobre ti mismo, sobre quién eres en realidad, sobre cuál es el sentido de tu vida y tu razón de ser y estar en el mundo. Las mentiras entrelazadas que ya no sabes que lo son, o has hecho por olvidar que en algún momento lo fueron. Esas mentiras que hunden una reputación o un país, que ridiculizan organizaciones completas o desvertebran instituciones, que amargan la vida de sus víctimas o descorazonan a los ciudadanos, convirtiendo el día a día en una manipulación continua de la realidad.

Todos somos o hemos sido, de un modo u otro, objeto de la impunidad en que esas mentiras son lanzadas o escupidas. Y los españoles llevamos mucho tiempo sometidos al mayor cúmulo de mentiras diversas que nuestra memoria puede recordar.

Sin embargo, cuando Epiménides el cretense afirmaba que todos los cretenses son unos mentirosos, no podemos saber si decía la verdad. Por tanto, cuando House sentencia que todo el mundo miente y algunos creemos y reverenciamos su agudo descreimiento (así son las paradojas, irresistiblemente atractivas), es inevitable pensar que él está mintiendo también. Porque esa apariencia de verdad contiene en su mismo centro una contradicción para el sentido común.

Y el sentido común es y será siempre nuestra genuina tabla de salvación. El sentido común nos dice que algunos, a veces, no mienten. No mentimos. Porque, nos pongamos como nos pongamos, siempre queda un espacio para la verdad cuando es incontestable y necesaria.

Ése es precisamente el espacio que nos corresponde reivindicar y reconstruir a los engañados y ofendidos. Que somos muchos millones.